Pocos hombres logran trascender el momento histórico que les tocó vivir. En la historiografía revolucionaria cubana, uno de esos imprescindibles es Carlos Baliño. 

Nacido el 13 de febrero de 1848, su carácter revolucionario se manifestó desde muy joven, cuando compartió con su padre las ideas independentistas.

Perseguido por los colonialistas españoles, emigró a EE. UU., donde trabajó como tabaquero. Allí conoció las penurias que provocaba, en las clases humildes, la explotación capitalista. Testigo de la realidad del vecino poderoso, justo en sus tierras, se acercó a las ideas socialistas.

Baliño comprendió tempranamente que no puede haber Patria completa si no se conquista para ella la libertad y la justicia, que no tienen otra forma de salvarse el obrero y el campesino sino cuando mejoran las condiciones para todos.

Abogó por una sociedad sin explotadores ni explotados, que no sería posible sin la emancipación frente al coloniaje. Para él, la unidad fue el punto cardinal para alcanzar el sueño de una nación soberana, y a ello dedicó todo su empeño.

En su labor periodística y en la poesía pervivieron sus ideas revolucionarias. Hizo mucho por sembrar conciencia y educó con su actitud inclaudicable en tiempos de tempestad y de falta de fe.

Mereció el afecto de José Martí, quien valoró sus virtudes en más de una ocasión: «Es un cubano que padece con alma hermosa las penas de la humanidad, y solo podría pecar por la impaciencia de redimirlas», escribió el Apóstol sobre Baliño.

Presente estuvo al momento de la creación del Partido Revolucionario Cubano, autoridad gestora, organizadora y conductora de la Guerra Necesaria.

No se encuentra su nombre entre los que se replegaron con la intervención yanqui en la contienda, ya decidida a favor de los mambises y arrebatada por la bota imperial.

Creó el Club de Propaganda Socialista de Cuba, en el cual difundió las ideas del marxismo, y fue activo en las luchas obreras de la época.

Baliño insistió en que, para lograr la unidad, se necesita un grupo de vanguardia, es decir, un partido con una doctrina y objetivos para la transformación social y política; un partido que pueda, como aprendió con Martí, hacer la verdadera Revolución.

Con tales premisas coincidió el joven Julio Antonio Mella, quien se hace acompañar de aquel patriota en el instante glorioso en que se funda el Partido Comunista de Cuba, en 1925, el primero de carácter marxista en el archipiélago, y en una coyuntura en que prevalecía la mano férrea y sanguinaria de una violenta dictadura.

Carlos Baliño es forjador, entonces, junto con Martí y Mella, de un principio fundamental que caracterizó todo el proceso revolucionario desde sus días hasta hoy: solo la unidad, con todos y para el bien de todos, guiada por un partido de vanguardia, vinculado estrechamente con las masas, garantizará la continuidad.

Así lo asumió Fidel, quien lo interpretó y lo materializó en la concreción de la Revolución Cubana.

Baliño es, en el panteón de los patriotas fundadores, un artesano y precursor de la ideología de la Revolución.

Tomado de Granma

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