El espacio de tregua se había cumplido. Lista estaba Cuba para cabalgar, otra vez, con machete y bandera en la mano. La antigua guerra frustró libertades, llegaba entonces la hora de conquistarla. Las condiciones eran diferentes, por lo que la lucha comenzó siendo superior. El Partido Revolucionario Cubano y Martí a la cabeza, construyeron el gran hilo conductor de la lucha necesaria. Y aunque en ausencia de algunas expediciones que estaban previstas, el 24 de febrero de 1895, el Caimán volvió a gritar, bien fuerte, a favor de la emancipación.

Es válido señalar las imprecisiones presentadas el día del levantamiento (aunque no representaron una fuerza retardatriz para la guerra): la captura de Julio Sanguily, cabeza del alzamiento en La Habana; similar situación ocurrió con Juan Gualberto Gómez. Por otro lado, los grupos capitaneados por Martín Marrero y Joaquín Pedroso, cabecillas en Jagüey Grande y Aguada de Pasajeros respectivamente, no lograron la estabilización del fervor mambí en sus territorios. Máximo Gómez faltaba en Las Villas, motivo por el cual, su amigo y subordinado Francisco Carrillo, no se levantó en armas y fue hecho prisionero.

Pero Oriente sí ardió a fuego vivo aquel 24 de febrero. Allí se encendió un motor indetenible, el mismo que arrasó durante la invasión culminada en Mantua. Numerosos grupos se dieron cita en el territorio para alzar el machete: Bartolomé Masó en Bayate, Guillermo Moncada en La Lombriz, Quintín Banderas en San Luis, Alfonso Goulet en El Cobre, Victoriano Garzón en El Caney; entre muchos otros. Y vino Saturnino Lora a gritar en medio de la población el comienzo de la guerra, el Grito de Baire, con el cual se reconoce la arrancada oficial de la Revolución de 1895. La incorporación en Oriente se produjo de forma masiva.

Y como luz que sale del horizonte la guerra fue, poco a poco, en ascenso, a pesar de la escasez de recursos. Paralelamente, en la emigración, ocurría un suceso trascendental: José Martí y Máximo Gómez se trasladaron a Santo Domingo para organizar su viaje a la Mayor de las Antillas. Allí redactaron en mutuo acuerdo El Manifiesto de Montecristi, devenido piedra angular del programa de la revolución y uno de los documentos más importantes del siglo XX.

Luego de algunas peripecias, logró también el Titán de Bronce llegar a la Isla. Junto a Flor Crombet, José Maceo y 19 combatientes más, la goleta “Honor” desembarcó por Duaba, el 1ero de abril de 1895, y le entregó a la insurrección uno de sus líder más queridos. A partir de ese momento, la incorporación campesina fue inmediata. 10 días después, por Playitas de Cajobabo, tocaron tierra cubana Gómez y Martí.

Entonces la guerra se consolidó. Los deseos independentistas se extendieron a lo largo de todo el país. Volvieron a temblar las cuadras hispánicas con solo escuchar el toque de a degüello. Se tomó la manigua, viajó cada mambí seguro de la victoria, sobreponiéndose a los obstáculos, con el fin único de honrar aquel 24 de febrero y soltar las grandes cadenas que ahogaban a su Isla.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

catorce − 9 =

− 4 = 6