La furia se desata desde los aires más templados y después cae sobre esta tierra haciendo estallar amaneceres. Se desdibujan todas las sonrisas. Se laceran todos los cuerpos. Y se muere, para por fin, poder vivir en paz. Pero los recuerdos siguen poblando de amarguras a las gentes. ¡Hasta en los libros! Y uno no quiere acordarse del sabor de los lamentos y uno trata de olvidar, aunque no se pueda. Uno trata de olvidarse de días como el 17 de noviembre de 1939. Pero ya lo he dicho, no siempre se puede.  

Corrían años apocalípticos. Desde 1939 y hasta 1945, el mundo sufriría uno de sus desangres más feroces. La Segunda Guerra Mundial llegaba sólo para implantar dolores en las almas, almas inocentes; por el simple y necio capricho de unos cuantos. El 28 de octubre del año en que comenzó el conflicto, la República Checoslovaca haría sentir, en cada rincón de su geografía, la desaprobación con los nuevos acontecimientos. Miles de estudiantes (en conmemoración a la independencia Checa alcanzada en 1918) salen a las calles, en Praga, para reprochar la presencia nazi en su territorio. La manifestación fue reprimida sanguinariamente; como estaban acostumbrados a hacerlo.

Uno de los líderes estudiantiles Jan Opletal, fue herido durante el enfrentamiento, y murió poco después. Su entierro devino otro enfrentamiento con las tropas ocupantes. Pero la reacción de los inquilinos fue, esta vez, mucho peor. El 17 de noviembre cerraron las escuelas superiores checas. En los días siguientes le quitaron la vida a nueve dirigentes escolares, mientras que 1200 estudiantes fueron deportados al campo de concentración de Sachsenhausen. ¡Bárbaros!

El entonces Consejo Estudiantil Internacional (convertido luego en la Unión Internacional de Estudiantes, UIE) declaró esa fecha como el Día Internacional del Estudiante para rendirle tributo a las decenas de personas que fueron víctimas durante los sucesos. La efeméride se celebra en más de 114 naciones, incluyendo a Cuba.

Por suerte los aires que llenan los pulmones de estos tiempos son diferentes. Y ya no hay nazis que masacren estudiantes, ni campos de concentración que utilicen las vidas para abonar la tierra. Ya no. Y en honor a aquellos valientes, a aquellos que les tocó ser héroes por los destinos futuros, a todos aquellos, hoy, el Caimán verde, les rinde y por siempre el homenaje merecido. Sin olvidar la condena eterna a todos y cada uno de los crímenes cometidos.  

 

 

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