Estoy cumpliendo, Comandante. Esas fueron las primeras palabras de la doctora Ana Cristina Acosta Cuellar, al bajar del avión en la patria de Bolívar y Chávez, el 5 de enero de 2019.

«El peso de un compromiso sin cumplir hacía mella en sus hombros y en su conciencia. Años atrás, cuando el féretro que llevaba las cenizas de Fidel pasó por la ciudad de Camagüey, la galena había prometido «ayudar a saldar la deuda de los cubanos con la humanidad».

Llegué a Venezuela a cumplir con las tareas que él nos dio. Formé parte del grupo de pregrado de la Dirección Nacional de Docencia. Tenía sobre mí la responsabilidad de las unidades curriculares sociomédicas; después integré la Comisión Disciplinaria Nacional, que hace más de dos años presido».

Desde muy pequeña, cuando vio por primera vez al líder histórico de la Revolución Cubana, hizo con él compromisos internos que han guiado su «superación profesional y personal». El único que no había cumplido –debido a situaciones familiares– era el de ser médico internacionalista».

«El primer encuentro –recuerda– fue a los diez años. Él visitó la ciudad de Camagüey. Yo era muy traviesa, inquieta, a veces me tenían que regañar en la escuela». Su barba negra, su altura y su uniforme verde olivo la impresionaron. «A una le temblaba el cuerpo al tenerlo cerca».

«Cuando iba pasando Fidel, me dije: “Yo voy a ser una niña obediente, y le voy a hacer caso a mi mamá”. Ese fue el primer compromiso con el Comandante. Me demoré un poquito, pero cuando entré a la secundaria, lo cumplí».

Más tarde, «en uno de sus discursos hizo un llamado para formar contingentes de la Educación y la Salud. Decidí que iba a formar parte del Carlos J. Finlay. Se lo comuniqué a mi mamá, que es médico, y se sorprendió, porque yo nunca había manifestado ese interés profesional».

Fidel, siempre del lado de los jóvenes, con la certeza de su valía para enrumbar a la Isla, conversaba con ellos en cada oportunidad. «En la escalinata de la Universidad de Ciencias Médicas de Camagüey intercambió con los estudiantes. Él tenía la capacidad de ponerse a nuestra altura; sin embargo, uno siempre se ponía nervioso, porque era muy curioso. Lo mismo te hacía una pregunta de historia que relacionada con la Salud».

«Allí nos habló de la importancia de la tarea de la prevención. Dijo que era la batalla que hacía falta librar», rememora. Entonces no lo pensó dos veces, y tomó la decisión de hacerse médico general integral, y luego adentrarse en la medicina tradicional.

Las oportunidades de estar cerca del Comandante se repetirían, así como los compromisos de crecer en todos los ámbitos.

La doctora Ana Cristina Acosta Cuellar, quien «se crió bajo su ejemplo» y tuvo la dicha de palpar su coherencia entre el decir y el hacer, se empeña hoy en «formar a la tropa nuestra y al relevo, para garantizar la atención médica de calidad al pueblo venezolano». Ese es el legado de Fidel», insiste.

La niña que prometió ser siempre mejor, asegura que, si pudiese hablar con el Comandante, para decirle que cumplió sus promesas, él le replicaría «que todavía no he cumplido».

«Me pediría más, porque nunca se conformaba, siempre decía que era preciso seguir haciendo. Y es verdad, el compromiso es de continuar, de formar a las nuevas generaciones, de trabajar en un momento histórico diferente, con condiciones diferentes, pero con un mismo objetivo, defender la Revolución al costo que sea necesario».

Tomado de Granma

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