Eloy Arteaga Valdés, un guajirito que nació y creció en Mataguá, poblado cercano al municipio de Manicaragua, en la provincia de Villa Clara, no soñó siquiera que un día tendría el título de Doctor en Ciencias Pedagógicas. La lógica familiar indicaba que sería carpintero o veguero. Pero un mundo de números y figuras geométricas llenaban su imaginación desde bien temprano.

Hijo de Silvio y Gudelia, y miembro de una prole de cinco hijos, se hizo profesor cuando el boom del Destacamento Pedagógico, aquella revolucionaria idea que llenara las aulas de Secundaria y Preuniversitario de una mar de muchachos de uniforme azul-grisáceo, y casi de las mismas edades de sus alumnos, pero que a la postre resultaron excelentes preceptores todavía en activo.

“El rechazo por las matemáticas no es exclusivo de Cuba, me atrevería a asegurar que es global; prácticamente no ingresan estudiantes a las carreras de licenciatura con perfil pedagógico para enseñar la materia, y se desprofesionaliza el oficio; es una tendencia contra la cual siempre he luchado al socializar su utilidad en cuanto foro me es posible, incluso, mientras he dictado conferencias en universidades de otras geografías. Para luchar contra la matofobia, un tipo de fobia a las matemáticas se precisa el concurso de muchos.

“Adentrarse en su mundo implica hacerlo en uno infinito, necesario para la vida diaria, la economía, contabilidad, el diseño, las ingenierías, la medicina, entre otras muchas; no existe profesión en la que no sea necesario emplearla. Hasta los periodistas, en la realización de infografías o sacando cuentas para los lectores”, me mira y sonríe, porque sabe que soy una de esas matofóbicas que le tienen terror a la asignatura. “Entonces, en ello radica que al faltar profesores y tener que proporcionar maestros emergentes, que no llegan a amar la asignatura, no se trasmita el amor por ella ni se logre estimular a los estudiantes sobre la aplicación necesaria de esta materia en la vida. Fíjate, no solo se precisa de un dominio del contenido, se requiere de conocimientos sobre didáctica para lograr la trasposición, que no es más que convertir el contenido en enseñanza. Y ahí precisamente radica la calidad de una clase, aquella en la que se logra el aprendizaje y hasta el amor por la asignatura”.

La conversación es interrumpida por Silvia, la hermana, quien nos ofrece una humeante taza de café, hecho por la hermosa Gudelia, la costurera que tras su máquina Singer “empujó” su prole a estudiar y convertir ese talento innato que llevan en el ADN en profesiones útiles para la sociedad. “Yo siempre estoy insistiendo en la necesidad de estudiar la didáctica, una materia que incluso es rechazada por estos profesores que imparten las matemáticas y no son formados en la carrera. Y ahí es donde comienza el rechazo, porque resulta indispensable dominarla para lograr trasmitir el conocimiento.

Recién acaba de salir el primer tomo del libro sobre Didáctica, limitado por las carencias que todos conocemos, y trabajamos en el segundo tomo; es un gran avance, porque tras investigar las causas del fenómeno, este constituye un gran paso”, me dice y muestra con orgullo el libro recién impreso.

Tomado de 5 de Septiembre

Al compartir esta breve  historia de vida nuestra comunidad universitaria honra a Eloy Arteaga Valdés, quien aportó valiosos años de labor a esta casa de altos estudios. Trasmitimos nuestras condolencias a familiares, amigos y colegas de trabajo.

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