Imposible hablar de ciencia en Cuba sin recordar a Tomás Romay, médico que administró en La Habana por primera vez, la vacuna contra la viruela y quien falleció el 30 marzo de 1849.

Mucho antes en el tiempo, como pionero de la inmunización en Cuba se destacó Tomás José Domingo Rafael del Rosario Romay y Chacón, médico, humanista, higienista, botánico, químico, educador y sabio.

Tomás Romay, identificación con la cual trascendió para la historia y la ciencia, nació el 21 de diciembre de 1764 y desarrolló aportes considerables al progreso de la Medicina, Química, Botánica, Agricultura, Higiene, Educación y la Cultura en general.

En 1795 escribió un informe sobre la inocuidad y la eficacia del procedimiento antivariólico en el Papel Periódico de La Habana, pero su labor más meritoria, y la que le inmortalizó, fue la introducción de la vacuna contra la viruela en Cuba, a partir de febrero de 1804. En diciembre de 1803 había iniciado una epidemia de viruela, que causó muchas muertes, fue esta la inspiración de Romay para introducir en la Isla este novedoso tratamiento.

Cuando en mayo de ese propio año llegó a La Habana Francisco Xavier de Balmis, con el objetivo de llevar la vacuna contra la viruela a los dominios españoles, quedó sorprendido al observar que aquella acción ya había ocurrido en el país, gracias a la actividad del cubano.

Romay abandonó las comodidades del hogar para marchar al interior de la Isla en busca de la curación del virus y llegó a arriesgar la vida de sus propios hijos, a quienes usó como sujetos de prueba para vencer los temores y dudas que existían respecto a sus experimentos.

En un acto de valor y seguridad en sus conocimientos, vacunó a sus dos pequeños hijos y luego, en una demostración pública, les inoculó el pus de un paciente atacado por la viruela para probar a sus detractores que una persona vacunada no padecería el mal, aun cuando se le introdujera el virus activo de un individuo enfermo.

Se crea entonces la Junta Central de Vacuna, el 13 de julio de 1804, para sistematizar esta práctica, y Romay es designado presidente y secretario facultativo. Su labor al frente de esta institución resultó decisiva para que, a fines del siglo XIX, la viruela pasara a ser una enfermedad poco común en Cuba, toda vez que Romay se manifestó a favor de la vacunación múltiple de cada individuo y de que se decretara su obligatoriedad para toda la población.

Autodidacta, ganó su verdadera instrucción universitaria con su solo esfuerzo. Es considerado el primer higienista cubano por sus acciones de prevención de enfermedades y de promoción de la salud. Fue hombre de carácter firme, cumplidor de su deber y eficiente servidor de la sociedad.

Una valoración de su labor no puede obviar que introdujo una visión científica de los problemas de la medicina. Sus éxitos al vencer la abierta oposición que encontró, primero, en su afán de convencer a la población de los beneficios de enterrar a los muertos en extramuros y, después, al demostrar la utilidad de la vacuna como medida preventiva, le hicieron merecedor de tan distintivo galardón. Se preocupó más por los problemas de la higiene pública que por los privados de la profesión, ello lo consagró como uno de los primeros higienistas de América.

La medicina cubana debe a Tomás Romay su carácter científico, impregnado por su estudio y ejercicio del mismo durante la labor que realizó este profesor activo y médico en ejercicio, que fue un reformador de la docencia médica, protector de estudiantes, promotor de las enseñanzas de las artes, y activo participante en los organismos y grupos políticos de su época, siempre con el firme objetivo de luchar por el progreso de su patria.

Creó su propia biblioteca, asimiló las modernas doctrinas médicas de su tiempo y supo llevarlas a su pueblo con exclusiva responsabilidad, dando una magnífica lección a los hombres de su época, la mejor de todas dentro de las condiciones prevalentes: la superación individual a través del estudio.

Quien fuera un adelantado a su tiempo e iniciador del movimiento científico en nuestra nación, falleció en su hogar habanero a los 84 años, víctima de cáncer, en la madrugada del 30 de marzo de 1849.

Elaborado por la Dirección de Comunicación Institucional. UCf.

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