“Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo / () una garganta, un vientre que amanece / como el mar que se enciende / cuando toca la frente de la aurora; / unos tobillos, puentes del verano; / () un pecho que se alza / y arrasa las espumas
Octavio Paz
Imaginarte sobre el helicóptero duele. Pensarte en el último instante, en el de las preguntas sin respuestas, y los aires cortados por la incertidumbre, es difícil, y mucho. Por eso de niña me acostumbré a pasar esa página del libro. Nunca llegué a estudiarla bien, porque no me gustaba llegar al 28 de octubre de 1959, y que de ahí en adelante no estuvieras.
Crecí, pero los temores no cedieron. Me ponía seria cuando debía hacer la tarea y mencionar tu muerte. Nombrar a Huber Matos y la revuelta que inició en Camaguey, escribir con grafito, y sin poder borrarlo, cómo fuiste, sin miedos, a frenarlo, y cómo no volviste.
Recuerdo que la libreta se me cerraba, se me partía la punta del lápiz, una y otra vez, y la maestra sin entender por qué jamás terminé la tarea, por qué me era tan difícil escribir tu nombre en la pizarra. Y es que tu ejemplo se me coló por algún lugarcito que quizás no recuerde, pero que me hizo con apenas 8 o 10 años, aprenderte de memoria.
Después venían los párrafos donde anunciaban tu desaparición, tu caída al mar, tu pérdida. Párrafos que los veía con la letra más en negro, como si estuviesen de luto, y hasta se me humedecían los dedos cuando pasaba por encima de ellos. Me ponía triste, apenas hablaba, mientras mi mente se perdía en aquellos días.
Salieron a buscarte, hasta salí yo tiempo después, pero, por más que escudriñaron, incluso debajo de los corales, no hubo noticias alentadoras. En ningún libro de historia, en ninguno, localicé la escena donde te encontraban. ¡Me hubiera alegrado tanto! Desde entonces, siempre que paso cerca del mar, miro, sin descanso, el límite del horizonte. Es un hábito, por si apareces.
Soñé con encontrarte alguna vez, o que tú encontraras, cual mensaje y botella, la rosa que yo lanzaba contra las olas. Pero nunca tocaste a la puerta, y yo no me cansé de ir, cada 28, en tu búsqueda. Fui siempre puntual a nuestro encuentro de salitre y tiempo para conversar a solas. ¡Cuánto tiempo había pasado desde que me atreví a leer las partes punzantes de mi libro de historia!
Aún lo hago, me sigue doliendo la fecha, pero voy, con la flor pegada en la muñeca, y con la misma esperanza de hallarte, multiplicada en decenas de infantes que cubren el mar con sábanas de olores.
Cuánto hubiera dado por entregarte esas 20 flores en tu propia mano, y no llorarte tanto al mar. Entonces pienso en las palabras de Fidel Castro en aquellos días de sufrimiento infinito, sé, que en el pueblo hay muchos Camilos:
en cualquier lugar de la nación, se puede encontrar un hombre desconocido, un hombre humilde, que el día de mañana tenga que defender su patria (…), y entonces salgan a relucir en el las cualidades que un día salieron a relucir en un hombre como Camilo».
Lágrimas al mar
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