Martí y Fidel; dos personalidades y una misma línea de pensamiento. En Fidel se evidencia la continuidad de las ideas martianas que alcanzan su culminación en la concreción de la Revolución Cubana, profundamente martiana desde su ideología, evidenciado en el decoro; elemento esencial en los hombres que aman su patria: “Siempre recuerdo que Martí de lo primero que hablaba era del decoro del hombre, y decía, incluso, que, si había muchos hombres sin decoro, había hombres que tenían el decoro de todo el mundo” (Castro, 1991: 3).

La cúspide del pensamiento martiano en Fidel se materializa en la Constitución de la República de Cuba cuando plantea: “Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.

No resulta difícil, en Cuba ni en ninguna parte, encontrar la presencia de José Martí en el pensamiento y la acción de Fidel Castro. La lealtad absoluta y acérrima de este líder de la Revolución a la doctrina del apóstol no va solo desde el Moncada, sino que está presente en las actividades políticas y revolucionarias de Fidel Castro. Durante el presidio Fidel lee incansablemente la obra de Martí editada en aquel entonces por la Editorial Lex, de La Habana, Cuba, en 1948 con el título José Martí, Obras Completas en dos tomos, que aún se conservan en la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado; en sus páginas fueron subrayados por Fidel los fragmentos siguientes:

“… Una revolución seria, compacta e imponente, digna de que pongan mano en ella los hombres honrados”, “Esperar es una manera de vencer” y “cuando el país llama; es necesario responder.”

Estos y otros postulados fueron aplicados por el Comandante en Jefe en su accionar para construir la inmensa obra de la Revolución. Resulta importante aludir que José Martí no era socialista, pero si un revolucionario radical, de ahí que Blas Roca expresara, “la Revolución iniciada y organizada por él en el noventa y cinco no era la que dirigió Fidel”; en este sentido no se debe olvidar lo que Martí le dijera a Carlos Baliño en cierta oportunidad histórica que recordara Mella: “¿La Revolución? La Revolución no es la que vamos a iniciar en la manigua, sino la que vamos a desarrollar en la República”. Martí de haber vivido en este tiempo habría sido el intérprete del cambio que ella requería. Es claro que Fidel por sobradas razones del determinismo histórico tenía que superar algunos filos de las grandes postulaciones martianas. No podía ser de otra manera, pero superar no es apartarse traicionando los ideales, por el contrario, significa cumplirla mejor. Sin duda que el propio Martí habría hecho lo mismo si tenemos en cuenta que fue él quien enunció: “en cada momento debe hacerse lo que en cada momento es necesario”.

Si la Revolución iniciada por Fidel hubiese quedado en su primera etapa, o sea en su etapa de liberación nacional, sin avances hacia una etapa superior de profundización y radicalización, sin duda no solo habría retrocedido, sino que se habría perdido la obra de la Revolución. Por consiguiente, no habría otro camino que el escogido por Fidel para conducirla y concretar los sueños de Martí. En este sentido cabría preguntarse ¿no se realizan en toda su grandeza y esplendor los sueños y el pensamiento martiano?, “Las revoluciones son estériles cuando no se firman con la pluma en las escuelas y con el arado en el surco. Hasta que los obreros no sean cultos no serán felices”. La ignorancia mata a los pueblos y es preciso matar a la ignorancia”. “Mientras haya un antro no hay derecho al sol”.

“Divorciar al hombre de la tierra es un atentado monstruoso”. Es preferible el bien de muchos a la opulencia de pocos”. “Un pueblo instruido será siempre fuerte y libre”. (Castro, 1993: 2)

Fidel derribó los cuarteles para erigir escuelas. Y para que las escuelas, saliesen en hileras fecundas y luminosas, en chorros desbordados y tibios, a convertirse, de un extremo a otro de la isla en la siembra más útil, más poderosa y más radiante. A la vez que en toda la tierra se despertaban los surcos y sonreían los frutos. ¿Y no es en esas escuelas y en esos surcos, precisamente, donde se firma la revolución con la pluma y el arado? ¿Y no son los campesinos, ahora con trabajo, con pan y con techo -y antes en la indigencia- quienes firman la Revolución con el arado que conducen con sus brazos? ¿No son los niños, las mujeres y los hombres, antes analfabetos, antes sin escuelas, antes sumidos en la mayor ignorancia y en la mayor miseria- y ahora sabiendo leer y escribir, ahora con escuelas en los rincones más apartados y lejanos, ahora sin desnudeces y sin hambre- los que firman la Revolución con la pluma que manejan sus manos?

Sería bueno que todos se detuvieran a mirar a su alrededor; pero a mirar con pupila sin telaraña, con pupila limpia, vasta y abarcadora. Es posible que algunos no lo hagan con el detenimiento, con el reposo y con la penetración necesarios para abarcar de una manera totalizadora el poderoso conjunto de victorias que logró alcanzar la Revolución en tan poco tiempo, merced a la pujanza tremenda de su líder. Si lo hicieran, enseguida podrían percibir como se levanta el pueblo cubano más vivo y más erguido que nunca porque aquí se ha matado y se está matando a la ignorancia; como la cultura está haciendo felices a los obreros; como brilla el sol en esta tierra porque en ella han desaparecido los antros; como es el bien de muchos y la opulencia de nadie; como el atentado monstruoso de divorciar al hombre de la tierra desapareció en Cuba, para siempre para ser liquidados los grandes latifundios y los privilegios de los ricos; y como nuestro pueblo se va sintiendo cada vez más libre y más fuerte porque está recibiendo, como jamás tuvo la oportunidad de recibirlas, la instrucción, la educación y la cultura.

Y si esto es así- y no es de otra manera- ¿a qué se debe? Sencillamente, a que existió un hombre llamado Fidel Castro, en quien convergen el heroísmo y la genialidad, discípulo de José Martí que quiso realizar los grandes sueños de su maestro realizando la Revolución en su tierra para construir la sociedad socialista. En el logro de este objetivo el pensamiento de Fidel adquiere gran importancia en tanto sus ideas beben de la tradición patriótica cubana, – de la cual José Martí es parte esencial- se asientan en la crítica de los problemas del mundo de hoy, que parte del conocimiento y la observación de la realidad, y se proyecta hacia una concepción marxista–leninista y martiana, que se convierte en el eje de su proyecto social. “A Fidel nadie le inculcó sus ideas políticas, llegó a ellas como resultado de sus meditaciones, observación de la realidad, y del análisis que muchos otros hicieron y pensaron… que lo impulsan a luchar por lo que está realmente convencido” (Báez, 2007: 10).

Por eso, al reconocer que el hombre es hacedor de su propia historia y en relación con la humanidad, es posible establecer el perfil ético de la existencia humana en forma de imperativos, ideas, acciones cuya consecución llega incluso al sacrificio, al cultivo, expansión de la dignidad y el valor de las personas, que se enfrentan a relaciones creadas, heredadas -y aparentemente insustituibles- que distancian su existencia de la apreciación y reconocimiento de su posición para, en dependencia de su participación en la sociedad, enjuiciarla y modificarlas. Así, la vida de los hombres como Fidel y Martí se convierte en razón para luchar por el perpetuo cambio, atender al conocimiento y valoración de las relaciones necesarias, para rescatar pasiones y acciones de las posiciones pasivas y distantes. Las ideas de Fidel y de Martí son hito en la historia de la humanidad, lo excepcional en el pensamiento de ambos, ha sido su condición de dirigentes de la Revolución.

El pensamiento de estas grandes personalidades se refleja en su infinita obra, difundida con un propósito bien marcado, el logro de la justicia social para Cuba y el mundo, con énfasis en la defensa de lo más identitario de América Latina. Los textos políticos de José Martí y las reflexiones de Fidel encierran una etnicidad dual: consolidan los valores del proceso histórico y revelan las fuerzas creadoras del individuo para que, por este medio, avance la conciencia y se impliquen en la acción trasformadora como vía esencial de liberación del hombre. En este interés se percibe que el centro de las preocupaciones de ambos está relacionado con la cosmovisión de un pensador que es resultado de las influencias que recibe y asume como parte de su propia vida. Sus escritos son expresión de un pensamiento total, dinámico, que dan cuenta y razón de sus vidas y proyección social. Estas fuentes se caracterizan por un fuerte basamento hechológico descriptivo–valorativo y sus referencias aluden la relación dialéctica entre la historia y los fundamentos de la ideología cubana. Estudian lo particular desde la perspectiva de lo general que contribuyen a dar argumentos sobre las tendencias del desarrollo social.

Sus ideas superan el mensaje interlineado y se concretan en el propósito de lograr un sujeto social portador de sus propias relaciones, consciente de su lugar y reto que lleva a ser ante todo revolucionario, superando lo tradicional que desvía la atención de los elementos más emergentes y urgentes que deben enfrentarse para consumar la irreversibilidad de la revolución. Sus escritos constituyen un arma ideológica, por su fuerte patriotismo y antiimperialismo, como se observa en la reflexión de Fidel, Las ideas inmortales de Martí, lo que marca la continuidad de su pensamiento referente al peligro que representaba para Cuba y América los Estados Unidos, evidenciado en, Vindicación de Cuba, escrita por el apóstol.

Vindicación de Cuba, de José Martí, toma la defensa de su maltratada isla, a decir de Hortensia Pichardo, es un soberbio exponente de las virtudes y las grandezas de su doliente patria. Sus ideas quedan claras al expresar en un texto de profundo antimperialismo y antianexionismo que los cubanos decorosos no podían humillarse al punto de querer anexarse a una potencia que nos desprecia. En él, Martí argumenta y enfatiza, “Es probable que ningún cubano que tenga en algo su decoro desee ver su país unido a otro donde los que guían la opinión comparten respeto a él las preocupaciones sólo excusables a la política fanfarrona o la desordenada ignorancia. Ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter…” (Martí, 1975: 63).

En este sentido, Fidel destaca sus ideas en textos que gozan de la vigencia y grandeza de su pensamiento en el mundo corrupto y unipolar que vive la humanidad y así lo reafirma en su reflexión “Las ideas inmortales de Martí”, al asegurar: “Martí era un pensador profundo y antiimperialista vertical.  Nadie como él en su época conocía con tanta precisión las funestas consecuencias de los acuerdos monetarios que Estados Unidos trataba de imponer a los países latinoamericanos, que fueron la matriz de los de libre comercio, que hoy, en condiciones más desiguales que nunca, han resucitado – “Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad… El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios”. Son principios que proclamó Martí. En este sentido asegura “Los pueblos de América Latina y los políticos más conscientes de América Latina no tienen que ser, necesariamente, prosocialistas, no tienen que ser ni siquiera progresistas, para comprender que la liquidación de la Revolución Cubana convertiría a Estados Unidos en una potencia incontenible en este hemisferio; que el dominio imperialista se multiplicaría, que la euforia y la arrogancia se harían infinitas. Eso lo saben, y saben que nuestro país constituye la primera trinchera.”

“Esto se sabía desde la época de Martí, no ahora, hace casi un siglo, cuando Estados Unidos era mucho menos poderoso, no constituía el imperio tan poderoso que es hoy, y Martí escribió allí en vísperas de su muerte, que todo lo que había hecho y haría era para impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que Estados Unidos cayera sobre la América Latina con una fuerza más. Lo vio Martí hace casi un siglo, qué extraordinaria visión. Hoy esa es una realidad mayor que nunca, porque Cuba no solo dejó de ser una posesión yanki, sino que se convirtió en un baluarte contra el dominio y la expansión del imperialismo yanki. Eso que fue verdad hace casi un siglo, es diez veces, veinte veces, treinta veces más verdadero hoy día, y los pueblos de América Latina lo comprenden, los gobiernos lo comprenden”, (Castro, 2009: 2).

Los cubanos sienten profundo regocijo y orgullo de tener hombres de la talla y la grandeza de Martí y Fidel, hombres de Cuba y del mundo, hombres únicos en la historia de la humanidad.

Autoras:

MSc. Tania Sánchez Arbolay. E-mail:tsanchez@ucf.edu.cu

MSc. Miriam Echevarría Sánchez. E-mail:mechevarria@ucf.edu.cu

Lic. Yenisleidy González Padrón. E-mail: ygonzalez@ucf.edu.cu

Bibliografía

CASTRO RUZ, FIDEL. Discurso pronunciado en la inauguración del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba, Teatro “Heredia”, Santiago de Cuba, 10 de octubre de 1991.

_________________. Discurso pronunciado con motivo de concedérsele el título de Doctor Honoris Causa, de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Palacio de Gobierno, Santiago de Cuba, 10 de febrero de 1993.

_________________. Discurso pronunciado en la clausura del XVI Congreso de la CTC, Teatro “Karl Marx”, Ciudad de La Habana, 28 de enero de 1990.

__________________. Reflexiones de Fidel. “Las ideas inmortales de Martí”. Editora Política, La Habana. 2009

MARTÍ JOSÉ, PÉREZ. Obras Completas, tomo 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1975. P 53

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