Cuando el sol alumbró aquella mañana el monte, todo fue horror. Y el frondoso árbol tenía sangre en cada hendija. Y la brisa sabía a podredumbre, y la soga gritaba bocanadas de remordimiento. Nada se podía hacer. Triste 5 de enero de 1961, cuando unos incalificables bandidos ahorcaron la magia educadora de Conrado Benítez. El maestro yacía incólume sin más féretro que el orgullo de haber muerto con el lápiz y un libro en la mano.
Fue uno de los tantos héroes que con faroles salieron a curar las heridas del pueblo. Salió a enseñar a los hombres números, letras, vocales y consonantes; les enseñó a firmar con su nombre, y no más con aquel manchón prieto en forma de un dedo.
El Comandante realizó el llamado. Se necesitaban jóvenes para alfabetizar al caimán. Y en el contingente de maestros voluntarios de montaña fue Benítez con la mochila repleta de esperanzas. Minas de Frío, en la Sierra Maestra, lo recibió desnudo, y allí moldearon las almas que luego esparcieron en cada rincón del territorio insular. Posteriormente, Conrado fue ubicado en una escuelita rural entre las intricadas montañas de Tinajitas, próximo a Trinidad.
La situación fue muy difícil. Las condiciones eran extremas y unos muros gigantes de piedra y mármol insistían en hacer fallar la tarea. Pero Conrado superó cuanto obstáculo hubo. Construyó con las mismas manos de enseñar, una escuela en el aserrío. Levantó a fuerza de espíritu estacas y tablas e hizo los pupitres, las paredes, las ventanas. Y trabajó en el campo, sembrando o recogiendo las cosechas, para así reciprocar la hospitalidad de quienes le debían mucho más.
Entonces, una mañana, se nubló el cielo, y de repente. Aquellas bandas contrarrevolucionarias estaban dispuestas a todo por frenar el cauce indetenible del 1ero de enero. Como sabandijas husmearon hasta encontrarlo. Interceptaron a Conrado cuando se dirigía hacia la finca luego de las clases. Fue conducido junto al campesino Heliodoro Rodríguez al nido impune de las ratas. Las torturas fueron insoportables. No hubo ni un ápice de respeto, ni una pizca de humildad. Más, no claudicaron.
Después hubo una bruma ensordecedora. Pero los miles de brigadistas que alzaron banderas con la imagen, a punta de sangre, de Conrado Benítez, vengaron su muerte y borraron con la goma del lápiz a los cobardes bandidos. Y triunfó la alfabetización, y se hizo la luz donde antes solo hubo sombras, y cada niño y adulto, aprendió a escribir el nombre- los nombres- de quien entregó la vida por su enseñanza.
“¡Qué vergüenza para el imperialismo haber comprobado que el asesinato de un maestro humilde de nuestro pueblo, Conrado Benítez, se convirtió en los 100 mil brigadistas Conrado Benítez!” (Fidel Castro Ruz).