El silencio sepulcral de esos días permitió muy poco. La muerte se paseó, túnica en mano, por cada rincón. Y no dio oportunidades, y no preguntó, le bastó con llenar de luto las lágrimas, con apagar de un tirón tanta vida fecunda y obligó a levantar las manos, y a decir un adiós que dolía sobremanera.

  Tenía una bala en el cuello, muy cerca de la espina dorsal. Tan diminuta que fue difícil imaginar las consecuencias. Le habían disparado tres tiros, pero solo uno bastó para dar término a su existencia. El estrés de la revolución y la guerra, habían mellado de a poco, las palabras. Y luego sobrevino el primer infarto, la parálisis de su lado derecho, el segundo ataque, que lo obligó a retirarse de la actividad política. El tercer infarto provocó un debilitamiento extremo, más, no pudo ya levantarse de la cama, ni hablar.    

  Lo de revolucionario creció junto a él. El humus de las siembras le sirvió para ganar la determinación precisa. Y luego no hubo voz que pudiera levantarse en su contra, o que imaginase vencerlo en argumentos. No. No la hubo. Fue un genuino líder bolchevique, un político, un comunista de cepa muy pura. Y la Revolución de Octubre no pudo tener a un mejor dirigente, tampoco, la naciente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, fue para Rusia y el mundo, el hombre grande, la mente lúcida, el ser humano capaz de entregarse a la sangre del pueblo y correr junta a ella hasta el logro de las emancipaciones.    

  Cuando ingresó en la Universidad de Kasán para estudiar derecho, desplegó sus primeros vínculos con la política, insertándose dentro de los círculos revolucionarios de aquel momento. Pero la persecución no se hizo esperar. Se disfrazó de aullido de lobo, de serpiente, de los más inverosímiles animales; y lo encontraron. Fue hecho prisionero, luego, deportado. Más eso no detuvo su lucha, reingresa a la Universidad y con “El Capital” y con Marx como fusiles, continúa los disentimientos. Y aunque los barrotes se convirtieron en geografía conocida, nunca claudicó.

  Durante el exilio sufrido en Siberia comenzó a escribir una de sus obras cumbres: “El desarrollo del capitalismo en Rusia”. La Revolución de 1905 lo sorprende en Suiza. Su figura política comenzó a crecer, aún más, luego de la Primera Guerra Mundial. Y con ese espíritu de quien no le está permitido dormir mientras su patria no respire libertades, Lennin tiene el mérito de haber fundado un concepto nuevo del marxismo (conocido más tarde como marxismo-lenninismo), adecuándolo a la situación rusa de principios del siglo XX.

  El palacio de Invierno, se derritió en noviembre de 1917 y el triunfo llenó de un sabor dulce a todas las bocas. El líder había logrado florecer los sueños, florecer a los Soviet. Pero tuvo que afrontar, muy pronto, una nueva conflagración. A la lucha se fueron el Ejército Rojo y el Blanco, que fue aplastado contundentemente, sin lugar a vacilaciones.  

  Luego volvió a emerger la sombra. La salud de Lennin no acompañó sus empeños. En 1924 un infarto cerebral que le ocasionó la muerte, le impidió continuar los enfrentamientos contra Stalin y la burocratización de la revolución, de su revolución. La plaza roja fue pequeña, muy pequeña, pero le entregó todo su espacio al monumento y a los restos embalsamados del gran Lennin. Desde entonces no tiene el suelo ruso mejor abono para sus hijos.   

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