“Cuando un pueblo llega al extremo de la degradación y la miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas…”.
Carlos Manuel de Céspedes
El amanecer, sin dudas, fue distinto. Y vinieron como rayos atronadores las esperanzas, y sembraron aquellos hombres- pobres, analfabetos, esclavos- los caminos libertarios. Los rayos de sol fueron impecables y quebraron de un tajo las cadenas.
Causas, disímiles, catalizaron los sucesos de aquella mañana de octubre. En la Isla existía un creciente grado de la explotación ejercida por España, vislumbrada principalmente, en un excesivo número de impuestos. Florecía, además, una soberbia necesidad de ponerle punto final a la esclavitud. El creciente desarrollo del sentimiento nacional autóctono y la madurez patriótica adquirida por terratenientes del centro y oriente cubanos, permitieron construir el cerebro de la insurrección que estaba por desatarse.
Dentro de los factores externos que también influyeron de manera determinante en la explosión anticolonial, se encuentran una revolución llamada “La Gloriosa” que acontece en España en septiembre de 1868. Ello desató un clima de inestabilidad política en la Península, afectando a diferentes miembros de las clases más poderosas en la Isla.
En el mismo sentido, las declaraciones de Ulises Grant (futuro presidente norteamericano) poco benignas para España, por haber brindado su apoyo a los estados secesionistas del sur norteamericano durante la guerra de 1861-1865; y la atmósfera antiespañola que se respiraba en las naciones del continente (por la invasión francesa a México -apoyada por Madrid-, la anexión de Santo Domingo y las guerras desatadas contra Chile y Perú) sirvieron de perfectas mechas para las llamas de la rebelión.
Y todo estuvo listo, que el ambiente explotara era cuestión de tiempo. Se hacía necesario un levantamiento en armas. Un abogado y terrateniente bayamés, Carlos M. de Céspedes, también llega a la anterior conclusión. Era el momento ideal para iniciar una revolución nacional-liberadora.
Existía un acuerdo de efectuar el levantamiento a principios del 1869; pero el 7 de octubre del año anterior, se reúnen en el ingenio “Rosario” todos los implicados en el tema de la independencia de Cuba. Había que tomar decisiones inmediatas, pues España estaba al tanto de los trabajos conspirativos y no tardaría en aplacarlos. Cerca de medianoche logran el acuerdo. Céspedes queda electo presidente. La revolución podía desatarse de un momento a otro. Sólo debían esperar por el aviso del abogado bayamés.
La conspiración es delatada. Envían un telegrama con la orden de encarcelar a Céspedes y a sus seguidores, pero es detectado por los revolucionarios, determinando el adelanto de la fecha del alzamiento para el 10 de octubre.
José Martí, escribe sobre el memorable acontecimiento:
No es un sueño, es verdad: grito de guerra
Lanza el cubano pueblo, enfurecido;
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra.
Del ancho Cauto a la Escambraica sierra,
Ruge el cañón, y al bélico estampido,
El bárbaro opresor, estremecido,
Gime, solloza y tímido se aterra.
(…)
Gracias a Dios que ¡al fin con entereza
Rompe Cuba el dogal que la oprimía
Y altiva y libre yergue su cabeza!
El grito de independencia ocurre al amanecer del día 10, en el ingenio Demajagua. Céspedes, en un acto de trascendental calibre, libera a los esclavos de su propiedad y da a conocer el Manifiesto del Diez de Octubre (contenía las razones por las cuales los cubanos se levantaban en armas). Aunque este último contenía algunas ideas que no resultaban totalmente radicales como la no pretensión de eliminar el aparato jurídico del colonialismo y la abolición de la esclavitud gradual y con indemnización; deben contemplarse estos criterios en el contexto donde surgieron: entender la poca base inicial con que contó el movimiento independentista y la incertidumbre de Céspedes sobre si iba a contar o no, con el poyo de otros grupos comprometidos.
A pesar de ello la revolución amplió su escenario rápidamente; y el 10 de octubre de 1868 lo significó todo. Significó plantar una semilla. Regarla, cuidarla, arrancarle las malas hierbas, mantener nutrida la tierra… no fue un trabajo fácil, sobre todo por las sequías y los vientos y las erosiones, pero gracias a la buena mano (de quienes no eran jardineros) de los hombres grandes de octubre, y de los que vinieron después, se logró una raíz muy firme y un árbol frondoso.