Comenzar o decidir hacerlo, ya es parte del camino. Cuando resuelves, aún con inseguridades, que seguir superándote profesionalmente es la meta más cercana, se asoman ante ti muchas dudas, alegrías, incógnitas, pero conocer algo nuevo aumenta la adrenalina y por minutos, olvidamos todo.

Así llegamos a la Universidad, llenos de sueños, de esperanzas… Desde las palabras formales que trasmiten en los actos de bienvenida hasta los comentarios expuestos en lugares insospechados, generan incertidumbres, miedos: “esta será su nueva casa, donde alcanzarán un nivel superior, pero todo depende del empeño y esfuerzo personal”; “por suerte el profe V le dará clases al primer año, los pobres”; “en este curso, otro mundial y me fui del parque”.  A todo lo que escuchas se suma el recibimiento en el aula y, entre tanto, te alivias: “yo seré su profesor guía y juntos vamos a vencerlo todo”. Algunos rostros conocidos, otros no tanto, pero el profe se muestra chévere y dedica el tiempo a conocernos y viceversa.

Pasan los días y sientes que ya eres parte, empiezas a identificar el terreno. Ya sabes que no todo es tremendamente malo ni tan fácil, pero lo cotidiano te permite disfrutar los matices.

Sin dudas, cuesta un poco adaptarse al ritmo y al tiempo de las clases, al profesor que poco se detiene y mucho contenido derrama, al nuevo sistema de puntuación de las pruebas donde errores mínimos pueden costarte un extraordinario. Nos alegra disfrutar de las fiestas, los chistes, o los amoríos que nacen y se extinguen como los días. Comienzan a molestarnos los seminarios demasiado largos, y hacemos reproche a algunas asignaturas con más determinación

Y entre tantas experiencias descubres que hay personas que son historia en este recinto, aun cuando no sabemos por qué, es sencillo afirmar lo anterior. Llegas al comedor y ves trabajadoras de muchos años aún en servicio y te enteras que están aquí desde que se abrió por vez primera la Uni; estás en una actividad pública y de pronto mencionan un nombre que hace que todos se pongan de pie y empiecen a aplaudir, miramos y vemos al profe del semestre pasado, no teníamos idea que era alguien tan importante o tan reconocido, nunca dijo nada, pero ha dedicado su vida entera a la UCf. Y así, sin querer, nos vamos adentrando en los años vividos de esta casa de altos estudios que cumple 41.

De pronto somos parte de un  momento siempre esperado, aun cuando este 2020 ha estado signado por una pandemia que nos cambió hábitos y rutinas.

Ya está incorporado en mi vocabulario, mi Universidad, la de Cienfuegos, la Carlos Rafael, la UCf, cumple 41 años. No tenemos idea de cuán importante pueden llegar a ser tantos años para alguien, pero los vividos hasta hoy en este lugar, van marcando nuestras vidas.

Tal vez no nos aplaudan como a los fundadores o reconozcan públicamente. Quizás nunca trabajemos tanto tiempo en un mismo lugar entregando lo mejor de nuestros años. Sin embargo, fuimos a la postre el centro de atención en este minuto, porque todos coinciden en que todo aquí, en mi casa UCf, gira alrededor nuestro.

Llegará un instante en el que solo importe vencer el año, la asignatura más difícil de todas, la tesis o prueba estatal, ahí obviaremos lo vivido o no sentiremos añoranza por el pasado. Es que las ausencias hay que sentirlas, escuchar la voz de la experiencia te alerta; pero solo ante el vacío entiendes lo que alguien dijo una vez: “los años de la Universidad no regresan, disfrútalos mientras puedas”.

Por: Maydel Gómez Lago

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