Reconocerse a sí mismo como arquitecto principal de su destino, como agente primario de los cambios en su propio beneficio, como maquinaria imprescindible para hacer Revolución, es la principal fortaleza de los pueblos.

Bien lo sabe el nuestro, porque cada palmo del manto de libertad que nos ampara, cada centímetro de tierra en que habita el ser humano dignificado, cada obra colosal que se alza en esta Isla, lleva la marca imperecedera de la sangre, el sudor y el sacrificio de este valeroso pueblo, cuya entrega emana constante y a raudales de sus irrenunciables principios.

Toda esa plenitud histórica, todo el patriotismo esculpido generación tras generación, heredado en los genes y la conciencia, la completa radicalización de nuestra postura revolucionaria, encontró la unicidad en una frase magistralmente pronunciada para fortalecer nuestra estirpe tras un acto denigrante y condenable que pretendía hundirnos en el miedo y la zozobra.

Desde aquel doloroso marzo, hasta el día de hoy, esas palabras estremecen cada átomo de nuestro amor propio, del orgullo de ser cubanos, porque nos recuerdan nuestra capacidad de superación sin precedentes, esa que ha sido hasta hoy para nuestros enemigos un indescifrable acertijo.

¡Patria o muerte!, nació del vibrante discurso del hombre infinito, del líder natural que vive por encima del tiempo, del más grande de los hijos de Martí. Pero hicimos nuestras sus palabras, y las convertimos en un toque de clarín para llamar al combate, en inspiración para escalar los empinados retos de la historia, en el manifiesto supremo de nuestros ideales y doctrinas.

Como en la suya, también oímos con pasión esas palabras en la voz del hermano que es y será siempre soldado fiel de la patria, militante eterno del amor por Cuba, fiero defensor de la justicia. Él las entregó como legado a otro gigante insomne, hijo de un tiempo de continuidad, que al decirlas nos conmina a fortificar las raíces para resistir duras tormentas, a abrazarnos en el sueño de hacer cada día un mejor país.

Porque ¡Patria o Muerte! es una elección irrenunciable, un camino en el que no contemplamos ni la más mínima posibilidad de retroceso. Es la certeza que asumimos con la frente en alto y con el optimismo y la esperanza a flor de piel.

Quienes se empeñan en bloquearnos hasta el aire, en dejarnos los caminos truncos; quienes se obsesionan con estrecharnos el espacio vital, con cercarnos entre paredes de odio, no han entendido que nuestra consigna proa es tan contundente y firme como la fibra de la que estamos hechos.

Lo que entendemos por Patria no tiene relación alguna con hijos desaparecidos, con terrorismo de Estado, con tierra hipotecada a un lord extranjero, con niños de caras lánguidas, con poderosos burlándose de los derechos de quienes los llevaron al poder, con balines que derraman lágrimas de sangre.

Patria para nosotros es el más sagrado de los conceptos y se traduce en paz, en valer por lo que somos, en la garantía de ser tratados y tratar a los demás como seres humanos. Esa verdad en la que creemos es la que nos dota de la voluntad necesaria para hacer frente a los obstáculos, para pensar entre todos un país, y nos da la libertad de soñar, porque sabemos que hay futuro.

Si ese concepto se ve amenazado, si algo lo pone en riesgo, entonces sépase que antes de que nuestra bandera caiga deshecha en menudos pedazos, ya habrán peleado por ella hasta los mártires. En relación a esa postura, que nadie espere términos medios. Para los cubanos hay cosas que no son negociables: o tenemos la Patria, o preferimos la muerte.

Por: Leidys María Labrador Herrera

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