Asaltarán durante el amanecer. La ciudad estará entretenida debido a los carnavales. El tumulto de la gente en Santiago, embebidas en las fiestas, garantizará, un poco, el anonimato. Todos estarán nerviosos y afincar el fusil contra los pechos será maña constante. Pueden morir. Morirán, estrellándose contra los muros amarillos. 

Los muros amarillos se levantan impetuosos en medio de la ciudad. Detrás, todo un poder batistiano que organiza y ordena la vida en el Oriente. Los muchachos quieren derribar esas dependencias. Es julio de 1953 y hace demasiado tiempo que esperan por la oportunidad. Han organizado el asalto: recaudaron fondos, armas, parque, estrategias.

El día fijado tiene por nombre 26 y así será recordado por mucho tiempo, aunque a esas alturas ellos aún no sean capaces de imaginarlo. Era el año del centenario de José Martí y el hecho debía honrarlo.

Las ventajas que ofrecía la operación debieron anticipar una posible victoria: la imposibilidad de que los refuerzos llegaran a tiempo desde La Habana y la perspectiva de refugiarse en las montañas en caso de cualquier percance. El Moncada era la segunda fortaleza militar del país y el golpe debía desestabilizar las fuerzas de Batista.

A las cuatro de la madrugada, desde la Granjita Siboney, comenzaron a salir los asaltantes. Pronto se separaron en los tres grupos que debían operar sobre distintos puntos en la ciudad. El Hospital Civil, el Palacio de Justicia y la fortaleza militar eran las tres dianas que se atacarían.

Por la posta número 3 debían ingresar los jóvenes en pleno sigilo, pero una patrulla de recorrido los sorprendió y dio la alarma al cuartel. La sorpresa del ataque había quedado desmoronada en unos pocos segundos.

La desventaja en armamento y hombres hizo muy desigual la lucha. Estratégicamente era una locura sostener la resistencia, pues era poco probable que se lograra el triunfo. Por tales motivos, Fidel anunció la retirada para evitar pérdidas de las vidas que luego podrían continuar la lucha.

Aproximadamente a esa misma hora otro grupo atacaba el cuartel de Bayamo. Ambas acciones fracasaron militarmente pero significaron un punto de inflexión para la gesta que se desarrolló después. Un total de 165 cuerpos de combatientes quedaron tendidos en las calles de Santiago.

El asalto a los cuarteles abrió una brecha y un respiro. Tomar fuerzas para golpes posteriores se convirtió en prioridad. Una vez que los asaltantes hubieron salido de la cárcel se dispusieron a estudiar bien las posibilidades del triunfo que se concretó apenas 6 años más tarde.

Era la mañana de la Santa Ana…

Era la mañana
de la Santa Ana,
mañana de julio pintada de rosa.
Nadie presentía que saldría el Sol
por la silenciosa
granja de Tizol.
Santiago el Apóstol, marchito, dormía
como derribado por la algarabía
de conga y charanga, locura y alcohol.
Era la mañana
de la Santa Ana…
¡Oh, la incubadora
de la redentora
granja Siboney!
¡Qué gloriosos gallos dieron a la aurora
viejas y olvidadas posturas de Hatuey!
…….

Iban decididos por la carretera…
Por todo el paisaje se abrió la bandera.
En la caravana de los inmortales
iban dos mujeres de pureza estoica:
también procedían de la granja heroica,
de la incubadora Mariana Grajales.
Eran soles previos que con su alborada
rasgaron las nieblas del cuartel Moncada
La Patria en tinieblas vio sus rumbos claros
a la luz precisa de urgentes disparos.
Era la mañana
de la Santa Ana.
La sangre vertida no fue sangre vana.
……
¡Qué ciegas estaban las manos de aquel
que arrancó los ojos, los ojos de ensueño
los ojos de Abel!
¡Los ojos de Abel!
que ahora son estrellas de un cielo risueño
y alumbran el paso triunfal de Fidel!
Los mártires todos invaden el día,
alegran ciudades, liberan el monte…
Ya escucho los cantos de Gómez García
en rápido tránsito de flor a sinsonte:
—26 de Julio: heridas
por donde surgió la aurora:
alta fecha vengadora
de las fechas ofendidas.
Caliente sangre de vidas
rotas por el heroísmo
cuando traición y cinismo
bailaban sobre un calvario…
¡Oh, rocío necesario
a la flor del patriotismo!
….
Es la voz de toda la tierra cubana:
—¡Gloria a la mañana
de la Santa Ana!

(Jesús Orta Ruiz)

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